A mi Anita Ember

«Española.»  (Muchacha con mantilla)       Pablo Picasso

«Quisiera yo, si fuera posible, lector amantísimo, excusarme de escribir este prólogo porque no me fue tan bien con el que puse en mi Don Quijote, que quedase con gana de segundar con este.»

PRÓLOGO AL LECTOR

  Este cuento lo escribí en 1985, con la falsa intención de presentarlo al concurso de cuentos que patrocinaba la extinguida Caja de Ahorros de Alicante y Murcia.

  Te aclaro, «improbable» lector, que en aquellos tiempos los bancos de ahorro y crédito mantenían un sentido del humor y una disposición hacia el cliente, hoy, plena de añoranza.

  Mi padre por aquel entonces era   presidente del jurado del concurso de cuentos Gabriel Miró. 

Unos 60 dias previos a la cita de la reunión del Jurado, que se efectuaba en Alicante, la sala de estar de la casa de mi padre aparecía llena de carpetas conteniendo los cuentos; más de 1.500, sin exagerar. El premio estaba bien dotado económicamente y acudían autores de cierto prestigio en alza. Uno de ellos fue el por entonces escritor novel con perspectivas Paco Umbral. Esa es otra historia. Me la contó mi padre con pelos y señales:

La condición humana en un jurado de provincias.

  Prometo contarla, estimado lector, si hubiera interés por tu parte.

   Hoy la Fundación Mediterráneo ha convocado el 61⁰ premio “Gabriel Miró”, dotado con 4.000 euros (uno de los certámenes literarios con mayor prestigio y más antiguos de España).

   A lo que vamos.

Antes de llegar la avalancha de cuentos, y con la excusa de que me lo corrigiera, le di mi cuento «CARMEN Y PAUL».

Ese mismo día, avanzada la tarde, me llamó.

-Bobete, el cuento está muy bien. Deberías presentarlo al Gabriel Miró. Además no tiene muerto y no hay ni un solo pero. Puedes ganar.-

  -Padre, no te enteras de la peli, resulta que soy el hijo del Presidente del Jurado.

   -Pues ¡renuncio a ser jurado!-

  – …Y yo sigo siendo el hijo del profesor Hoyos. No sale la cuenta. Además, para mí como si hubiera ganado el concurso. No creía que te iba a gustar tanto. Y yo sería incapaz de hacerte renunciar a una de las cosas que más te divierte a lo largo de tantos años.-

CARMEN Y PAUL

  Paul D. Gap nació en un pueblecito de Estados Unidos de America. Susan, su hermana mayor, se casó con Henry F. Thompson, ayudante del Sheriff de Saint Joseph. Paul solía visitarlos. La carretera era muy parecida a la que vió en aquel film inolvidable de Sir Alfred Hichtcock, «Con la muerte en los talones». Los maizales pintaban de verde extensas zonas de las duras tierras amarillas.

  Los nuevos regadíos se apoderaban lentamente del secano. Aparecían casas prefabricadas de labranza, y Paul sentía que le quitaban el paisaje de su infancia.

Desde Saint Joseph a Quincy, aprovechando el agua de los pequeños afluentes del río Missouri que nacen en la frontera sur de Omaha, con las nuevas técnicas de regadío conseguían enriquecer lo que fue una llanura esteril. Sus sentimientos eran contradictorios. Cómo no sentirse optimista ante tanta riqueza…

En el autobús, la última vez que visitó a su hermana, comprendió que a sus 27 años todo lo que había sentido era esa constante contradicción, parecida y con la misma intensidad a la que le proporcionaba ir a casa del ayudante del sheriff de Saint Joseph. ¿Iba de visita familiar, o a ver a Peggy Sue?

  Peggy Sue era rubia, de carácter jovial y algo llenita; sus ojos verde mar, vivos e inolvidables. Atarse a ella para siempre le producía a Paul D. Gap cierto incómodo malestar en el estómago.

Debía tomar una decisión.

  Seré pintor a la manera de los impresionista franceses. Siempre destaqué en clase de dibujo.

  La decisión fue tomada en el autobús.

  Al atravesar la plazoleta de la estación de autobuses de Saint Joseph, sabía que encontraría a Peggy en el establecimiento de ropa vaquera donde trabajaba. La saludó con un ademán familiar, sabía que Peggy se reuniría con él en casa de su hermana Susan. Allí le contaría sus planes. 

  La casa de Susan y Henry era amplia, estaba bien situada en la ciudad. La antigua zona residencial de casas unifamiliares, con amplio jardín, se había quedado cerca del centro comercial de Saint Joseph y daba un aire distinguido al desplazado centro de la ciudad, con árboles y jardines bien cuidados. Las casitas estaban cercadas con tablones no muy altos, de maderas pintadas en colores claros. Arbustos frondosos en la zona interior permitían cierta intimidad.

  Henry y Susan iniciaban los encuentros con sus vecinos los fines de semana, al llegar la primavera. El jardín era algo más amplio que el resto de la línea de casas.  Estaba situada en el extremo norte de la calle, si algún que otro viernes prolongaban la velada no molestaban al resto de vecinos. Paul encontraba en aquel ambiente de vecindad una sensación que le recordaba las reuniones de su infancia.

  Henry saludó a Paul con afecto. Al abrir la puerta que daba al jardín sabía que Henry interrumpiría su labor para ofrecerle una cerveza. La tomaría distraído mientras Henry le hacía participar en la preparación y distribución del carbón vegetal en la barbacoa. Para Paul el gesto de confianza de su cuñado le hacía integrarse en aquel sencillo ritual, era una sensación agradable.

  La puerta que permite el acceso al jardín estaba abierta. Al entrar vió a Henry subido en una escalera móvil, instalaba un farolillo en la pared norte de la casa. Los primeros días de primavera son cortos,  y si bien la temperatura era muy agradable, la puesta de sol duraba poco.

   – ¡Hola Henry! Buena idea, vamos a ver estupendamente la carne en las brasas.

Su tono era jovial, siempre había mantenido buenas relaciones con su cuñado, procurando no intimar demasiado. Fue un acuerdo mutuo, sin palabras, que funcionaba bien.

  -Hola Paul, Susan me dijo que vendrías, prepara el fuego, acabo con esto ya. Esta temporada tendremos buena iluminación- dijo descendiendo de la escalera.

  -¿Está Susan?

  -No- respondió Henry, -ha salido de compras, también traerá la carne, me ha dicho que Peggy Sue piensa venir a verte-.

  Mientras decía esto había entrado por la puerta de servicio que daba a la cocina para coger dos cervezas. En la última frase tuvo que elevar la voz.

  -Si, al llegar la he saludado- respondió. 

  Henry le ofreció la cerveza.

  El atardecer era grato, y las brasas estarían en su punto para la cena.

  Susan y Peggy llegaron juntas, a tiempo para preparar la mesa.

  El mantel de color marfil, perfectamente planchado contrastaba con las fuentes llenas de chuletas doradas que aterrizarían, «al punto».

  Paul, inmerso en el protocolo, dejó con suavidad un plato blanco sobre el que colocó  una pequeña maceta, repleta de violas de rojo intenso mezcladas con otras moradas, en el centro de la mesa.

  Era parte del ritual. Barbacoa, si. Con estilo.

  Su hermana había consultado en un libro cómo preparar una mesa de lujo, y se apoderó de algunos detalles,  como planchar el mantel una vez puesto. Los vecinos aparecieron como por encanto.

  Había tomado la decisión de contar sus planes a Peggy Sue. Si conseguía mantener con firmeza su decisión ante ella, nada impediría su marcha. Iré a Europa. Seré pintor.

  Era un pensamiento que se repetía mientras ayudaba a su cuñado a llevar las chuletas a la mesa. Sabía que justo antes de comenzar, Henry alzaria su copa de cerveza y diría con énfasis a los reunidos alrededor: «¡Todos somos familia!» Antiguo parabién de las tribus siux del Norte de América. Todos, incluido Paul, repetían el brindis con contundencia.

Los niños, conscientes del buen ambiente,  jugaban como si cantaran.

  Las últimas luces del atardecer potenciaban las sombras. Los rostro se iluminaban de rojo al acercarse a las abundantes brasas todavía prestas a una segunda ronda. Henry no quería encender su farolillo nuevo, necesitaba menos luz en el ambiente para el éxito.

  Paul recordó un antiguo trabajo hecho en clase de dibujo: París. El crítico de arte Louis Vauxcelles, cuando escribió sobre el Salón de Otoño de 1.905, dió en llamar a una de las galerías la Cage aux fauves.

  Los árboles rojos de Vlaminck, el paisaje de La Ciotat de Braque parecía el telón de fondo de los personajes que deambulaban cercanos a la barbacoa. Una de las vecinas, de piel rojiza con cierto aire indio, se arreglaba un pendiente. Era como si El retrato de mujer de Van Dougen cobrara vida… Seré pintor.

  – Peggy ¿podemos hablar?

  – Si, claro-.  Al tiempo que llamaba a Peggy Sue, se aproximaba a dos sillas apartadas del resto, en un rincón más íntimo del jardín. Peggy llevaba unos pantalones vaqueros que le permitía adoptar una postura cómoda. Era evidente que se encontraba relajada y de buen humor, estaba en un ambiente que controlaba bien. Al venir a su encuentro había cogido dos cervezas, mientras se sentaba, le ofreció una. No bebió, se quedó mirándolo con aquellos ojos intensos. Tal vez utilizara esta expresión  sabiendo que era uno más de sus encantos, pensó. Paul tomó un trago corto de cerveza…

  – Me voy a Europa-.

  Peggy Sue bebió un pequeño sorbo en un silencio prolongado.

  Los pensamientos se mezclaban en él: «El arte nos hace comprender que existen leyes de la Física que gobiernan y señalan el uso de elementos constructivos. Podemos crear un equilibrio entre lo estático y lo dinámico. Estas dos disciplinas, Estática y Dinámica, tienen historias diferentes, con encuentros y desencuentros, desde siempre«.

  – Peggy Sue, lo miraba atenta, en silencio.

Un cuadro ¿es estático? ¿dinámico?¿Revela el verdadero contenido de la realidad?

   Peggy interrumpió la reflexión de Paul. Sin cambiar el gesto preguntó al acabar un nuevo trago.

  – ¿Que relación tiene Europa con querer dedicarte a la pintura?

  – Bueno, es 1.985 y vivimos con ideas de los años 60. Desde el movimiento hippi de San Francisco no hemos hecho nada. Estamos entre Omaha, Kansas City y Chicago. Tal vez en la costa del Lago Michigan esté pasando algo sobre la manera de pintar. Estoy seguro de que acabaré pintando cuadros en acrílico si me quedo. En Europa pintaré  al óleo.

  – Tal vez lo pases mal. ¿Cuanto tiempo vas a estar allí?

  – No lo sé, por eso quiero hablar contigo.

  – Peggy Sue cambió su expresión adoptando una postura de mujer adulta. Con veintidós años, le recordó a su hermana Susan.

  – Mira Paul,  creo que debes aclarar tus ideas. De todas formas, espero que no te vayas esta noche, Jeane Mortenson nos deja su apartamento.

  Europa hacía hablar claro a Peggy Sue.  Paul asintió con un gesto y levantó su cerveza. Ella se incorporó al grupo cercano a la barbacoa. Paul pensaba: «los alimentos que tomamos ahora han sido deteriorados por un concepto socio económico aplicado a los productos naturales». Las palabras de Piet Mondrián se mezclaban entre las imágenes y el recuerdo de la exposición antológica del pintor, la vió en la sala de exposiciones del Ayuntamiento de Kansas City. Fue en el 82, su cuñado Henry comenzaba a salir formalmente con Susan y aprovecharon la exposición de Mondrián para ir a la ciudad, los tres juntos.

  – Seré pintor en Europa-…

— ⁰ —

   La muerte de Rock Hudson impresionó a Paul D. Gap.  La noticia se hacía más relevante con la afirmación de que el apuesto galán de cine era homosexual,  y la causa de su muerte, el sida.

  Escuchó la noticia en el autobús que comunica Edimburgo con Glasgow. Quería adentrarse en la parte septentrional del Reino Unido. En los cuatro meses de estancia en Londres había sentido la necesidad de  profundizar más en esa vieja cultura.  Había conocido a gente de muy variada condición en el comedor universitario.  En uno de los grupos de estudiantes, la mayor parte españoles, se habló del románico de Melrose, Jedburgh y sobre todo de la Abadía de Holyrood en Edimburgo. Paul pensó en hacer aquella excursión en solitario.

  En el grupo de españoles destacaba una muchacha morena de aspecto muy joven. Tenía los ojos claros, verde mar, parecidos a los de Peggy. Era estudiante de arqueología, se llamaba Carmen y vivía en Mojácar, un pueblecito costero del Mediterráneo. Paul se sentía atrapado cuando se miraban.

  He de hacerle un buen retrato, pensó. Recordaba la reproducción de una muchacha con peineta pintada por Picasso, que a la manera de Toulouse-Lautrec, utilizando carboncillo y sepia, se titulaba «Española»; la técnica proporcionaba un curioso y peculiar desvaido.

  De vuelta a Londres visitaría con Carmen la National Gallery, y delante de La venus del espejo de Velázquez, le pediría que fuera su modelo.

  Las tierras bajas de Escocia producían en él un sentimiento melancolico. La matización de verdes y ocres dorados de los árboles, junto a ríos y lagos, modulados por suaves colinas donde el trigo, la cebada y la avena se distribuyen de forma ordenada por siglos de dedicación campesina causaba una suave indolencia en Paul. Añoraba el sol intenso de su tierra, los fuertes contrastes que provocaba una carretera  sin curvas, dividiendo zonas de regadío por aspersión de llanuras de secano todavía vírgenes.

  Carmen tenía en sus ojos aquel clima familiar, lleno de nostalgia.

— ⁰ —

  La visita de Mijail Gorbachov a España produjo en Carmen un interés al que Paul no estaba acostumbrado. El tiempo pasa rápido en Mojácar, las calas de la costa de Almería están solitarias en los meses de mayo y junio. Exceptuando la gran avalancha de veraneantes variopintos que se aglomeran en los meses de julio y agosto, el baño puede prolongarse cómodamente hasta finales de octubre.

    Carmen posó para Paul D. Gap. Le consiguió una primera exposición en la mejor sala de Almería, de ésto hace ahora casi seis años. Paul y Carmen se casaron recientemente en Mojácar. Peggy Sue se excusó mediante Henry y Susan. Le habría interesado conocer a Carmen. Tal vez así sabría qué opinión le merecía ver unos ojos tan parecidos a los suyos; estaba embarazada de su segundo hijo.

   De Londres quedaban recuerdos intensos, y una suscripción a la revista de ecología y salud «Wild Health». Carmen ojeaba distraidamente el último número. En la página cuarenta y tres leyó:

    Las cartas dirigidas a esta sección son contestadas por el equipo de Educación para la Salud que dirige el Dr. Rolando Gift.

Estimado Dr. Gift:

           Soy un estadounidense de 37   años afincado en un pueblecito de la costa sur del Mediterráneo español.

             Creo que he conseguido llegar a ser pintor. Me casé con mi compañera de los últimos años por vía del penalty. Palabra inglesa que en España está muy clara.

                ¿Podría responder personalmente a una pregunta muy importante para mí?

                  ¿Estaría bien que me hiciera la vasectomía?. Mi mujer y mi hijo de 7 meses son encantadores, me considero satisfecho. Creo que esta operación evitaría problemas, pues decidí y sigo manteniendo que no quiero tener hijos.  Agradeciendo por adelantado su atención. 

                    Sinceramente,

Paul D. Gap

   Estimado Sr. Gap:

                En ocasiones la vasectomía está contraindicada.

                 El sexo no es sólo lúdico, es como Vd. sabe, estimado Paul, complejo, reproductivo y primario. En su caso, ciertas complicaciones  pueden alterar la evolución del proceso.

  Siendo infrecuente, cabe la posibilidad de una complicación en la cirugía de la vasectomía, sobre todo una infección o una mala praxis puede evitar la restauración de las vías espermáticas, esencial en esta cirugía.

                   El desarrollo de su hijo  le hará, posiblemente, cambiar su escala de valores. Espere a que adquiera defensas fisiológicas suficientes, al menos  hasta haya cumplido los 3 años. Como precaución a patologías propias de la infancia.

                    Si persiste en realizar la intervención, no olvide depositar previamente su esperma en un banco de semen.

   Carmen dejó abierta la revista por la página 48 esperando la llegada de Paul, que traía muy buenas noticias. La familia Barasab de rancio abolengo en Moldavia, y exiliados en Vera desde 1.948 por la instauración de la República de Moldavia, le había comprado su cuadro más emblemático. Un óleo de grandes dimensiones donde se veía una rambla grande del secano de Mojácar. La perspectiva del paisaje aparentaba que el observador parecía estar inmerso en la rambla.
-No sólo me han comprado el cuadro. Cuando pidieron asesoramiento para la compra, la galería Malborough asintió  en el precio. También se han interesado por mi obra y quieren hablar de condiciones.

– Y… ¿la vasectomía?-.

                    

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