REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS ANTONIO DE HOYOS, VITALISMO Y ORIGINALIDAD Francisco Javier Díez de Revenga (Universidad de Murcia) A la hora de recordar uno de los profesores que la Facultad de Letras ha tenido en su historia, más originales y con una personaldiad más acusada, no se puede hacer un perfil triste o melancólico. No praticaba estas pasiones Antonio de Hoyos, y por eso no son estas palabras de desolación ni de tristeza. No se corresponderían con la personalidad de quien siempre fue original y al que no era nada fácil encerrar en convencionalismos al uso. Por eso este perfil más que desde su muerte es un perfil desde su vida, de la vida de Don Antonio de Hoyos, que como la Vida de Don Quijote y Sancho, de su admirado Miguel de Unamuno, era un libro de vida y no de libros. Aunque libros también escribió, pero con una originalidad y una desobediencia civil y académica que hoy nos resulta ejemplar: D’Annunzio y García Lorca, Cela y Delibes, Lampedusa y Bassani, Hernández Carpe y Parmigianino, Bonafé y Goethe, Azorín y Baroja, Rodríguez de Almela y Rodríguez Pérez… Artículos y palabras que en la originalidad y el atrevimiento llevaban su lección más peculiar. Y no eran superficiales, ni mucho menos. Antonio de Hoyos fue el primero en descubrir la fuente más clara del Premio Nobel de Literatura, Camilo José Cela, y de su novela más famosa, La familia de Pascual Duarte, en el relato Cintas Rojas de José López Pinillos (Pármeno), en un artículo publicado a principios de los cincuenta en una revista madrileña (Correro Literario) totalmente olvidada, y que, para reeditarlo hace algunos años, hubo que emprender pesquisas informáticas, a través de bases de datos bibliotecarias, porque Antonio no conservaba ninguna copia de aquel temprano y tan certero artículo. Pero la bibliografía de Cela lo registra como una aportación tan original como definitiva. Antonio de Hoyos con su hijo Antonio Pablo (años sesenta) Antonio de Hoyos era, en la Murcia de los sesenta, para los jóvenes estudiantes de su Facultad, Italia. La Italia de la Democracia Cristiana, de Fanfani y de Aldo Moro, imposible entonces para nosotros, la Italia de las autostradas y los velocísimos fiat y alfas romeos, la Italia del Gattopardo y de los Finzi Contini, la Italia de Pasolini y de Antonioni, la Italia de la Piazza del Popolo y del Campidoglio en Roma, la del Albergo Assarotti y la familia Viazzi de Génova, una Italia de libertad que Antonio transmitía sin problema alguno, mientras en París surgía el mayo dd 68. Y él daba por terminado el curso, recién empezada la primavera, porque debía asistir a la Mostra de Venecia. Y Antonio era la Dante Alighieri, en cuyo «Comitato di Murcia» iba integrando a todos aquellos amigos que alguna vez habían estado en Italia, a los bolonios y a los peregrinos, a los estudiosos y a los pícaros asistentes a las universidades de verano italianas. La Dante Alighieri le condecoraría al final de su vida cuando le otorgó su «Diploma di Benemerenza con Medaglia d’Oro». Después vinieron muchos años y muchos días. Antonio era también maestro de gastronomía, rechazaba el marisco si estaba frío y exigía el whisky de la mejor marca, al mismo tiempo que rábanos, cebollas y olivas de Cieza eran por él considerados plato de la mesa del mejor gusto. Así como apreciaba la cocina más castiza, por exquisita, era igual de exigente a la hora de escribir un castellano perfecto y, más aún, a la hora de hablarlo. Perseguía los anglicismos y los galicismos de tanto juvenil pedantón que quería lucirse con lindezas idiomáticas reprensibles, tontucierías que ponía al descubierto en misa mayor. Jurado durante muchos años del Premio «Gabriel Miró», acudía a las reuniones de Alicante con las ideas muy claras y desenmascaraba a los que intentaban premiar vulgaridades o mediocridades sin reparo ninguno. Conocedor como pocos del cine y la cinematografía, regentó durante muchos años una Cátedra de Cine en la Caja de Ahorros del Sureste de España, a la que estuvo vinculado en diferentes empresas culturales. El Premio «Miró» fue la última de ellas, ya que permaneció en el Jurado, enriqueciéndolo con su ingenio, hasta su muerte. Salvador García Jiménez escribió sobre él: «No he conocido a ningún otro amigo que hiciese tan buenas migas con el niño travieso que lo habitaba, sobre todo cuando nos hablaba entusiasmado del campo de Cagitán. La inocencia ha vencido finalmente al catedrático y académico, yéndose tras la estrella de las estrellas. Él, que era el alma del premio de cuentos Gabriel Miró, nos ha dejado en el misterio de la vida y la literatura.» Europeo de educación y de cultura, admiraba la cultura francesa, y, sobre todo, la italiana, pero, al mismo tiempo, se entusiasmaba ante el nuevo Berlín y soñaba con la Europa del siglo XXI en un café de la imperial Viena. Su maestro de esta Europa profunda era nada menos que Ortega y Gasset, en quien había aprendido muchos de sus comportamientos civilizados y la capacidad de interesarse por todo. Si cuando era profesor de italiano en un instituto de bachillerato comenzaba sus clases a las niñas de diez años enseñándoles a conjugar el presente de indicativo de «buscar una mosca» («… yo busco una mosca, tú buscas una mosca, él busca una mosca…» etc.), con el fin de corregirles su fonética local, del mismo modo, y con la misma originalidad, discutía, e incluso negaba, por considerarlo una ordinariez como la copa de un pino, el origen árabe de Murcia, el espíritu barroco de la ciudad o la existencia del Altiplano de Jumilla-Yecla, que él prefería llamar Tierras del vino. Para Antonio, nuestra cultura era el Mediterráneo, con su luminosidad, con su elegante civilización milenaria, un mundo de creación, de belleza y de valores imperecederos. Sobre estos y otros temas polemizó con muchos y convenció a bastantes, y algunos de sus contertulios le recordaron en su vitalidad y brillantez muchos años después. Así lo hizo Enrique Tierno Galván, en sus Cabos sueltos en 1981, cuando al recordar su vida en la lánguida Murcia de los cincuenta, muy pocos nombres constituían la parte grata de esa memoria: el de Antonio de Hoyos estaba entre ellos por su inteligencia, por su vitalidad y por su elegancia. Jaime Campmany lo evoca ya en sus años de madurez frente al Mediterráneo: «En las mañanas del verano, rondando ya la senectute de los setenta, Hoyos iba de La Ribera a Campoamor, en bicicleta. Subía a mi terraza del décimo y tomábamos juntos un agua de whisky. Respiraba el Mediterráneo, bebía con los ojos el azul increíble, miraba las espumas donde se mecen columnas y espondeos, cánones y silogismos, y me soltaba de repente: «Todo lo que no es Mediterráneo es tribu. Todo lo que no es Mediterráneo es barbarie. ¡A formar!». Después, sin transición: «Oye, Jaime, ¿a ti no te cabrea Esquilo?». «¿Cabrear, Esquilo? A mí no me cabrea Esquilo, Antonio. ¿Y a ti?». Sí, a él lo cabreaba Esquilo, válgame Dios. «A mí me cabrea Esquilo. Pero lo que a mí me cabrea de Esquilo es no haberlo leído antes. Hay que leer a Esquilo antes, mucho antes. A Esquilo se le lee demasiado tarde». «Pues, hombre, ahora que lo dices, tienes razón». Terminaba de sorber el whisky, se subía a la bicicleta y se iba, a lo mejor con los tres gerundios de don Pío Baroja, cantando, silbando, tarareando, bailándole en los labios. En la Atenas Clásica, Hoyos habría sido un habitual de la aporía y un iniciado en la mayéutica, desentendido del areópago tanto como de la lonja. Le hubiese preguntado Alejandro: «¿Qué quieres, Antonio? Yo soy Alejandro y puedo darte todo lo que me pidas», y él habría contestado igual que el filósofo: «Que te quites de en medio, que me tapas el sol». El Mediterráneo, de vez en cuando, echa a la orilla estos héroes de espuma, estos seres irrepetibles, angélicos, fosforescentes, destelleantes, tan superfluos, tan necesarios, bendito sea.» Antonio de Hoyos Ruiz nació en Cieza (Murcia), el 9 de enero de 1912 y murió en Murcia, el 6 de enero de 1994. Escritor, ensayista y profesor, estudió Filosofía y Letras en Murcia y Granada. Fue catedrático de Italiano de Institutos de Enseñanza Media y profesor titular de Lengua Árabe en la Universidad de Murcia, aunque también impartió otras asignaturas, a lo largo de una incesante carrera docente universitaria, desde el Griego de su primera vocación como filólogo hasta la Crítica Literaria. Realizó su tesis doctoral en la Universidad de Madrid, en Filología Griega, sobre el vocablo ousía. Por su obra de investigación literaria recibió el premio Edición de Textos en 1952 y el premio Baquero Almansa en 1958. Desempeñó también el puesto de Archivero-bibliotecario de la Diputación de Murcia y dirigió la Cátedra de Cine en la Caja de Ahorros del Sureste de España, en Murcia. Fue Académico de Número de la Academia Alfonso X el Sabio, en la que ingresa en 1974 con un discurso sobre Murcia, Mursiya y otros topónimos de origen indoeuropeo. De sólida formación humanística, se ocupó de otras áreas del saber: arte, cine, gastronomía… Viajó por varios países de Europa, aunque su simpatía por Italia y por la cultura mediterránea destacaba entre sus predilecciones. En su producción, destacan los ensayos de carácter sociológico y costumbrista, como los reunidos en el volumen Murcia, pueblos y paisajes (1957), y sobre todo los estudios literarios, entre ellos Yecla en Azorín (1954), Ocho escritores actuales (1954), Unamuno escritor (1959). Cultiva también con singulares cualidades la biografía, como demuestra en Rodríguez Pérez, histólogo (1977). Paralelamente a su obra sobre literatura, también cultiva los ensayos sobre arte. En este sentido son importantes: Carpe (1957), El pintor Antonio H. Carpe y otros ensayos (1990) y Parmigianino, ensayo para una biografía (1992). Sus artículos y monografías en prensa y revistas sobre diversas materias se cuentan por centenares, entre los que destacan los dedicados a los escritores D’Annunzio, Lampedusa, Giorgio Bassani, o el impresor Bodoni, que revelan su dedicación y aprecio por la cultura italiana. Son curiosos e interesantes también sus artículos sobre gastronomía. Tras su muerte, ya que nunca lo había consentido en vida, un grupo de amigos, profesores, escritores e intelectuales españoles y extranjeros dedicaron un volumen en su homenaje, que apareció en 1995, editado por la Real Academia Alfonso X el Sabio, en el que figuran algunas semblanzas personales sobre su figura y también sobre su obra destacadas. Entre ellas, sobresalen las de José Bauzá, Jaime Campmany, Joaquín Cerdá, M. Paola Commolli Viazzi, Juan García Abellán, Antonio Pablo de Hoyos Ortiz, Paola Sebastián, Ornello Vaggi, etc. Como escribió el profesor Juan Barceló Jiménez, «maestro en diversas materias, hablaba con autoridad de lingüística, literatura, cine, arte y hasta de gastronomía, pero no sólo hablaba, sino que escribía, incluso finos y sugerentes ensayos. Solía ser rotundo y dogmático en sus afirmaciones, sin perder jamás su talante liberal. A veces sus amigos, que siempre le teníamos gran respeto por su cultura, su desparpajo, su categoría humana, la defensa de sus ideas y puntos de vista sobre determinados problemas, éramos sorprendidos con sus asertos y afirmaciones sobre los moros que habitaron la región, sobre el barroco murciano, o sobre el folklore de la Huerta de Murcia, de la que, por otra parte, admiraba sus más puras esencias.» OBRAS DE ANTONIO DE HOYOS Dos obras de crítica. La Republica Literaria de Saavedra Fajardo y las Exequias de la Lengua Castellana de Juan Pablo Forner, Murcia, Publicaciones de la Universidad de Murcia, 1949. Cervantes y el mar, Murcia, Universidad de Murcia, 1950. La política de los Reyes Católicos en Rodríguez de Almela, Murcia, Diputación, 1952. Yecla de Azorín, Murcia, Diputación, 1954. Ocho escritores actuales, Murcia, Aula de Cultura, 1954. Notas a la vida y obra de D. Gregorio Mayans y Siscar, Murcia, Universidad de Murcia, 1956. Murcia, pueblos y paisajes, Murcia, Diputación Provincial, 1957. Carpe, prólogo de Mariano Baquero Goyanes, Murcia, Tip. Belmar, 1957. Antología de la tabla redonda de la poesía, Murcia, Colegio Mayor del S.E.U. «Julio Ruiz de Alda», 1957. Unamuno escritor, Murcia, Diputación Provincial, 1959. Mitología en el teatro de G. D’Annunzio y G. Lorca, Murcia, Suc. de Nogues, 1960. Notas para una biografía de Parmigianino (1503-1504), Murcia, Publicaciones de la Sociedad Dante Alighieri, Comité de Murcia, 1970. Murcia, Mursiya y otros topónimos de origen indoeuropeo, Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 1974. Rodríguez-Pérez, histólogo 1912-1964, Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 1977. Giambattista Bodoni, impresor de S.M. Carlos III, Murcia, Sociedad Dante Alighieri, 1986. Nueva clasicidad y teatro, Murcia, Escuela Superior de Arte Dramático y danza, 1987. El pintor Antonio H. Carpe y otros ensayos, Murcia, Academia Alfonso X El Sabio, 1990. Parmigianino, ensayo para una biografía, Murcia, Universidad de Murcia, 1992. Murcia, pueblos y paisajes, Murcia, Real Academia Alfonso X el Sabio, 2000.