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Ni corto, ni cortijo. Como sabes, pretérito y estimado lector, mi padre disfrutaba con aquello de «no me des consejos que ya sé yo equivocarme solo». Inmediatamente continuaba diciéndome: «Bobete, todo con moderación… Bobete, tooodo con moderación»...
No hay en este país lo que hay que tener para que los camareros de cualquier restaurante (con estrella Michelin no pasa) tengan la autoridad de advertir a paisanos y paisanas de que griten más bajo. Incluso sería conveniente que le explicaran al «chillaor empedernido» que al resto de los comensales nos importa un pimiento su vehemente historia. Ea.
Y lo peor de casi toda España es que en vez de llamarle la atención al esquimal de playa, elevamos la voz, que para eso aprendí yo, a que me oiga mi Carmen, entre el follaero de parroquianos que llenan la barra del antiguo/moderno Ventorrillo de Isidoro a la hora del almuerzo.