Cambia el Aperol por Campari en el Spritz y sabrás, amigo lector, lo que te estoy contando. Pues también es invento de un príncipe de los ingenios del Campo de Cartagena.
Una curiosa efervescencia en el último estadío vital; así estamos los de la pandilla, cambiando parte del Martini Rosso por Campari, o sea, un estado curioso de senectud adolescente hábilmente definida por el arquitecto Julián Angosto. Fue del secarral cercano al moribundo Mar Menor a poner orden en la Villa y Corte. Si hubiera optado por su terruño, posiblemente la Laguna Salada no estaría obligando a los pescaos a dar saltos para respirar -los pobres parecen ranas-. Y el Vermú se habría dignificado antes con un toque de Campari. Lector, como el «asiatico» pero en aperitivo. Los del campo de Cartagena son así. Universales, o pregúntale al del Licor 43 cómo se vende en EEUU.