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Ayer me encontré con el whisky que hace ya mucho tiempo utilizaba en la elaboración del “cocktail Manhattan”. El Canadian Club. Un whisky más suave y muy parecido a los bourbons con los que se recomienda hacer el Manhattan, y que encuentro excelente en su relación calidad/precio.

Evidentemente cada uno de ellos aporta su peculiar matiz al Manhattan.
Tradicionalmente, se usa una guinda marrasquino, aunque en versiones más refinadas se prefiere una guinda amarena o una Luxardo cherry, que son más oscuras, menos dulces y con un sabor más profundo.

Esa guinda no pretende adornar: al reposar en el fondo de la copa absorbe parte del vermut y el whisky, y al final del trago regala un último bocado, cargado de sabor. Es, literalmente, la guinda del cóctel.
La guinda en el Manhattan recuerda al twist de corteza de limón en el dry Martini. Ambos parecen un gesto mínimo, casi un susurro añadido al ritual. Pero ahí reside su poder: en esa última caricia. La guinda se hunde en el rojo ámbar del Manhattan como un secreto oscuro de almendra amarga, mientras el twist de corteza de limón flota y perfuma con su aceite cítrico la superficie cristalina del Martini. Uno es fondo, el otro es aliento. Ambos, sin embargo, dicen lo mismo: que lo esencial no siempre, amable lector, es lo evidente.
Hay cócteles que son una fórmula, y otros que son un carácter. El “Manhattan Perfect”, por ejemplo, no se limita a equilibrar partes iguales de vermut rojo y blanco con un buen whisky de centeno; exige, además, la guinda oscura en el fondo de la copa, como quien deja una marca. Esa fruta, empapada en sirope no es solo una conclusión; es la memoria del trago, la realidad dulce del sirope de almendra amarga.
Frente a él, el “Dry Martini” se prepara con la precisión de un suspiro. La ginebra debe salir del congelador, helada como una verdad que no necesita explicaciones. El vermut apenas roza la copa, a veces solo con el gesto de una botella inclinada casi sin verter. Y luego, el twist: esa espiral de corteza de limón que no se bebe, pero que transforma todo. Un perfume suspendido, una insinuación que basta para vestir el trago de intención.
Ambos cócteles son breves y tajantes. El “Manhattan Perfect” guarda su dulzura al final de la copa. El “Dry Martini” la ofrece al aire, antes del primer sorbo. Y en ambos, un gesto mínimo, la guinda o el twist, revela que en el arte del cóctel, como en la vida, lo esencial está en el detalle que no siempre se ve, pero siempre se recuerda. “La nuance toujours la nuance”.
Así, estimado lector, con este reconocimiento a estos dos cócteles me he permitido, cuando ya está presente la primavera, suprimir los dos tipos de vermut del Manhattan:
Hielo, Canadian Club , una guinda, y un toque de sirope de almendra amarga.

Lo he llamado “Inspirazione Manhattan”,