Nadie se fía de él

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A Luis Torres, eminente pediatra
Rosalía piensa que Pucho Tangana es una perla de mucho cuidao…

Pucho Tangana fue novio de Rosalía.
Esta noche he oído cantar a Rosalía en la reciente presentación en Valencia de su último disco: Lux. Es el cuarto álbum de estudio de la cantante. Fue lanzado el 7 de noviembre de 2.025 a través de Columbia Records. La canción que escuché del álbum, a mis cortas luces, estimado lector, sonaba sutilmente a fado. Ana, más acertada en oído musical dice que más a «cantes de ida y vuelta», de cuando España tenía fincas.
Esta mujer tiene registros para parar un tren. Desde Camarón a Johann Sebastian Bach, navegando por el río de «Rollin’ on the River» de Tina Turner. Vamos, lo que le convenga. Por ahora, en falsete, casi no tiene techo.
Me acuerdo de cuando Rosalía y C. Tangana se separaron en mayo de 2.018. La ruptura ocurrió en el contexto del creciente éxito de ambos artistas, y fue confirmada públicamente en esa fecha. C. Tangana decidió bajarse del tren de la pareja: él era muy bueno. Ella era universal. Creo que Pucho salió perdiendo. Con todo, después de su separación afectiva, siguieron componiendo juntos. Más talento que pasión, ea.
Durante el tiempo final en que todavía eran pareja, Rosalía compuso «EL MAL QUERER». Fue lanzado en 2.018, el 2 de noviembre. Y Pucho compuso como replica un poco más tarde «DEMASIADAS MUJERES». El 8 de octubre de 2.020. Segundo sencillo del álbum El Madrileño.
El álbum de Rosalía comenzaba con «el augurio». Lo vio venir en sueños: un lobo cruzando la carretera bajo una luna temblorosa. Supo, sin saber cómo, que aquel amor traería desgracia. Pero el deseo puede más que la advertencia, y cuando él le ofreció su mano, ella la tomó. Desde ese instante, la noche empezó a cerrarse sobre ella. Luego vinieron las disputas.
El amor de Pucho rugía como un motor, ardiendo, exigiendo. Cuando ella quiso abrir una puerta, él la cerró. “De aquí no sales”, dijo.
Y ella comprendió que el amor se había vuelto jaula.
El mundo afuera seguía girando, pero ella vivía en clausura.
Allí, en ese encierro, aprendió a cantar bajito. Su canto era su única forma de respirar, su única fuga.
Y cuando al fin se alzó sobre las ruinas de aquel amor, pronunció su última frase: “A ningún hombre le debo mi cante.” Y así, entre fuego y calma, ella volvió a ser la que fue.