Dionisio Sierra y el caviar

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A mi amiga Conchita el caviar le da exactamente igual. No le interesa ni el color, ni el olor, ni la música de la palabra caviar. Eso no quita, según me cuenta que, cuando fue a Rusia, más joven que ahora, se trajo unas latas de caviar, como mandan los cánones y fijate culinario lector, me confiesa que ni se acuerda de a quién se lo regaló. Yo guardo silencio. Supongo que se acuerda perfectamente, y que no le da la gana de contarme la película. Hace bien.

Al contrario: a veces podemos dejarnos llevar, conscientemente, por el valor propio de la palabra, también por la música que emana de ella.

A mi amigo Dionisio Sierra Pérez: «-el terror de las mujeres-«, como él se definía cuando le presentaban a una buena moza; la palabra Clicquot y la palabra caviar le sonaban a música celestial. El conocimiento real de las dos palabras le llegó en la cuarentena. El conocimiento intelectual fue mucho antes. Cuando olió por primera vez una lata de caviar recién abierta, dió un respingo hacia atrás importante, casi se cae de culo de la impresión que le dió saber por fin la realidad de la palabra aprendída. Sucedió en su salón estudio y fuimos testigos la madre de mis hijos y yo. Inolvidable.

La «Veuve Clicquot», estimado lector, es otra historia.

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