O el vacío de las creencias

2’ 30”

Aquel hombre no temía a los espacios abiertos: temía no encontrar un límite.

Desde que se jubiló, apenas cruzaba el umbral de su casa. Miraba la plaza desde la ventana como si la luz de la tarde fuera un océano. Decía que el aire pesaba demasiado.

Una mañana me pidió cita. No para hacer una revisión oftalmológica, tal vez—bromeó con una sonrisa cansada— “para revisar el alma”. Me habló de un vértigo que no era físico, sino moral. De pronto, el cielo le parecía demasiado ancho.

Platón había escrito que el conocimiento no era una opinión verdadera, sino una verdad con justificación. Pero ¿qué ocurre cuando se pierden las razones para creer, incluso en lo más pequeño? Cuando uno deja de creer que el aire es respirable, que la calle conduce a algún lugar, que el mundo sigue siendo un sitio habitable… Y cuando, por fin, se propone salir de casa y dar un paseo, el ascensor se convierte en un hueco profundo.

Aquel paciente era un ejemplo vivo sin fe en nada. Quién sabe el gran esfuerzo que tuvo que hacer para acudir al médico. Lo curioso es que vino a mi consulta buscando, tal vez, la posibilidad de volver a ver lo que fueron sus creencias. Algo imposible de solucionar por mi parte: no hay lentes correctoras para la agorafobia. Ni cirugía paliativa.

Posiblemente decidió cambiar la consulta del psiquiatra por la mía. En algunos casos, un ataque de pánico previo en un lugar específico puede hacer que la persona evite ese sitio por miedo a que todo vuelva a ocurrir. Y tal vez pretendiera que mi especialidad arrojara luz sobre su déficit de creencias.

El doctor don Luis Valenciano Gayá, eminente psiquiatra y mi maestro en la Facultad en Psicología Clínica, escribió que la agorafobia podría nacer de una ausencia patológica de creencias.

En ese vacío de sentido, donde no hay certezas ni refugios, la mente busca límites. Tal vez la psiquiatría y la filosofía se toquen aquí: ambas intentan reconstruir un suelo. Platón lo llamó conocimiento justificado; Ortega, creencia vital; la clínica moderna, estabilidad emocional.

Sea cual sea el nombre, todos coinciden en algo esencial: sin creencias, el mundo se vuelve inmenso, deshabitado, insoportable.

Esa, amigo lector, sí que es otra historia.

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