
3 minutos
Aquel hombre observaba el mundo con la precisión de quien teme perderlo.
Era fotógrafo, y su ojo derecho —su ojo maestro— empezaba a empañarse. Vino a mi consulta con la queja más universal para un oftalmólogo; sin embargo la forma de expresar su dolencia era peculiar: “-Doctor, el foco se me escapa-”. Lo dijo con la humildad del artesano que nota un fallo en la herramienta más íntima.
Al iniciar su Historia Clínica me hizo levantar la cabeza; su primer apellido era Millás, no recuerdo bien si su nombre era Juan. Su fisonomía era la de Juanjo Millás, el escritor.

(En la imagen, una lámpara de hendidura Haag-Streit actual, con circuito cerrado de imagen, mostrando unas sinequias anteriores en el cristalino).
No fue fácil descubrir la causa. La lámpara de hendidura, antigua aliada de la oftalmología, reveló lo que apenas se insinuaba: una catarata nuclear incipiente.

Catarata nuclear madura (la incipiente hay que afinar mucho para verla). Mi jefe de departamento me felicitó por el hallazgo. Pero lo cierto es que fue él, el paciente, quien me llevó hasta el diagnóstico. Su meticulosidad, su obstinación en el detalle, me obligaron a mirar exhaustivamente.
Antes de ajustar la Haag-Streit a su cabeza me habló de la luz como si hablara de una persona.
Le pregunté si era hermano del escritor. Sonrió, con ese cansancio resignado del que ya ha respondido mil veces la misma pregunta.
—Sí —dijo—. Hermano… ahora recuerdo la ambigüedad. Yo, encantado de tener de paciente al hermano de Juanjo Millás. Él, encantado de metermela doblá en complicidad con su esposa; ahora pienso que lo tenían ensayado… Desde entonces, a veces, cuando enfocaba la lámpara Haag Streit sobre un cristalino en midriasis , me acordaba de aquel fotógrafo que veía más allá de lo visible. Porque en su ojo levemente turbio había más claridad que en muchas miradas.
Hay instrumentos que parecen tener alma. La Lámpara de Hendidura, por ejemplo, es una de esas máquinas que obligan a mirar con rigor y paciencia, como si la verdad estuviera escondida en una rendija de luz.
—Entonces veo demasiado —dijo.
Desde entonces, a veces, cuando me asomaba a la Lámpara de Hendidura, pensaba que también nosotros padecemos pequeñas cataratas morales. No nos impiden ver del todo, pero difuminan el contorno de lo esencial.
Consulto con la IA y no hay referencia al Millás fotógrafo que operamos de cataratas; tendría ahora 80 años o por ahí. En la búsqueda descubro a un nuevo y joven Juan Millás. Es fotógrafo e hijo del escritor e inventor de un género literario nuevo: el articuento.

Esa, distinguido lector, es otra historia.