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A Jesús Escribano Quereda


“Pasando la garlopa (y con dos manos)”
En Beniaján, cuando todavia olía a pan caliente y a calle recién regada, Manolo el barbero, ya tenía a don Federico en el sillón, muy tieso con su chaqueta de rayas como si fuera a dar el pregón de las fiestas.
—¡Ay, don Fede! Si es que cada día entra usted por esa puerta con más categoría. Pa’ mí que ha dormido en formol esta noche. Cuando yo trabajaba en Murcia en la Confitería Bonache, como don Alberto tenia muy buena planta, la clientela frecuentemente le decía -Alberto ¡que bien te conservas! Y él respondía -si, en formol-.
—¡Anda ya, exagerao! —decía el otro, mientras se estiraba el cuello.
—Que no es coba, caballero. ¡Si parece usted de la familia real! Pero no de los modernos, ¿eh? De los buenos, de Don Felipe II y no de los de ahora.
Maruja, la panadera de la esquina, que oía todo por la ventana abierta, ya bufaba:
—¡Este le está pasando la garlopa a dos manos! Como si fuera a tallar una imagen de Semana Santa.
Manolo, sin pestañear, seguía con la faena:
—Y ese bigote suyo… madre mía. ¡Eso no se lleva, eso se luce! Tiene más poderío que el de don Vicente-.
—Hombre, uno intenta mantenerse —decía don Federico, haciéndose el modesto mientras se miraba de reojo en el espejo con cara de “me he levantao divino”.
—Le digo más: si yo fuera mujer… —y se hizo un silencio dramático— …me casaba con usted antes que con mi Paco. ¡Y eso que Paco cocina como los ángeles y plancha mejor que su madre!
Don Federico ríe con risa picara, de quien sabe que le están pasando la garlopa por el lomo.
—Tú quieres algo, Manolo…
—¿Yo? ¿Pedir? ¡Por Dios! Lo único que querría es que si un día sobra un carguico en el ayuntamiento, aunque sea p’a’ contar sillas, se acuerde de este humilde servidor de cuchilla fina.
Maruja, ya harta, entró a a la barbería con el pan recién hecho para don Federico, y suelta:
—¡Fede! No le hagas caso, que este con tal de rascar algo se arrima más que un gato a una sardina.
Y sin inmutarse, Manolo añadió:
—Maruja, no seas celosa, que tú también tienes lo tuyo. Ese moño tuyo aguanta más que el acueducto de Segovia.
—¡Anda, tira pa’llá! — exclamó Maruja, sonrojada, y medio sonriendo.
Don Federico se levantó, se colocó el sombrero con estilo torero y dijo recogiendo el pan:
—Si me pasas la garlopa un poco más, Manuel, me vas a dejar tan liso que resbalo solo.
—P’a’ eso estamos, don Fede. ¡Aquí no se afeita, aquí se pule.