El mecanismo de encender

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Santiago de la Ribera, enclavado en la costa murciana, es un rincón donde el tiempo parece diluirse entre las aguas serenas del Mar Menor y las palmeras que flanquean su paseo marítimo.

Me interrumpe la intención de este relato el maldito camión del tapicero. Dice que “tapiza toda clase de muebles”, -me imagino todos los muebles de la cocina cubiertos de un exuberante estampado-. ¿Qué discoteca se dejaría tapizar por tamaño bluff? Bueno, pues insisten en ser “especialistas en discotecas”.

Santiago de la Ribera es un lugar donde el mar se adormece en la orilla, como la gata vieja que vive en el portal de mi edificio, en paz, gracias a los cuidados de Beatriz, que a última hora del atardecer, como siempre, la recoge para cobijarla. Esta gata sin nombre ha conocido todas las siestas del lugar.

Las palmeras erguidas y silenciosas observan el tiempo sin inmutarse, dándole al paseo marítimo un aire de recuerdos y nostalgia. El Mar Menor, con su piel salobre y su aliento cálido, susurra historias de pescadores, veraneantes y de amores de temporada. ¿O no, Emilio?

Tengo un imborrable recuerdo del marinero al cuidado del único velero de dos palos en toda la costa, propiedad de la casa de Adolfo y Agustín Avilés Llorens. Es la secuencia de un caldero de hierro forjado, suspendido por tres cañas sobre una lumbre de ramas de almendro, y el marinero introduciendo el “pescado de roca” en un trozo de red de pescar junto con un par de ñoras, y una cabeza de ajos, para darle el punto exacto a un arroz en ebullición abundante. Andábamos por los 19 y éramos capaces de comernos a Pavía.

Este antiguo pueblo pesquero, ahora convertido en destino turístico, ofrece junto a la pedanía de Lo Pagán “los barros”, terapia antirreumática ancestral. Esa, amiga lectora, es otra historia.

El turismo ha provocado la extensión de amplias playas de arena artificial. La verdad, funcionan.

A este pequeño mar lo califican de tranquilo; olvidan sus arranques de furia con viento de Levante.

Ojo, inquieto lector, he visto en una regata nacional organizada por El Real Club , a un par de catalanes mofarse de “este charco”. Y acabar con el palo mayor de su J/80 partido por el fuerte levante y la ola corta característica de este mar al que hay que conocer y respetar.

El maldito camión del tapicero ha quebrado por completo el relato que pretendía escribir. Se trataba de un recuerdo sobre mi padre. Solía responder a la impertinencia de -¿por qué fumas?- Con una constante respuesta. -¡Por el mecanismo de encender!-

Esa es otra historia, que ya te contaré, querida Mª Ángeles.

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